Cuando salgamos de este encierro, cuando pongamos un pie afuera, encontraremos un mundo distinto al que dejamos. Seremos visitantes en un lugar que no tiene las mismas costumbres que antaño. En este nuevo planeta, las personas no podrán acercarse unas a otras, no lo tendrán permitido. Ni siquiera para cantar una canción juntos, ni siquiera para escuchar juntos un concierto.
Luego de finalizar la cuarentena, todos los servicios que ocasionen aglomeración de personas se mantendrán suspendidos. Las restricciones —muy sensatas, por supuesto— no dejarán que regresen los conciertos. Durante este tiempo, la música en vivo —presencial— será solo un recuerdo, un motivo de nostalgia. Incluso, algunos la creerán inconcebible, lejana e inalcanzable.
¿Suena terrible verdad? Esperar quién sabe cuánto tiempo para que todo vuelva a la normalidad. Los fans lo sufren, sin duda, pero —por increíble que parezca— no están ni un poco cerca de ser los verdaderos perjudicados de esta situación.
Una industria con millones de víctimas
Los músicos son los más visibles afectados de la suspensión de eventos. Sin presentaciones en vivo, su profesión luce más como un hobbie, como una actividad que disfrutan y en las que están especializados. Son como cualquier otro. Y eso no es siquiera lo peor. Su principal fuente de ingresos desapareció, por lo que tendrán que buscar nuevas formas de generar ingresos con sus obras o —sin rodeos— dedicarse a otra cosa.
Sucede que para la mayoría, el streaming no paga tan bien y son muy pocos los discos o vinilos que se logran vender. Mirando un poco más allá, la radio tampoco es el salvavidas. Vivir de la música, incluso en esta época que se dice llena de oportunidades, es extremadamente difícil. El concierto, el encuentro entre el intérprete y el público, era el sostén, el motivo por el que este sistema nefasto se sostenía. Hoy, solo las «súperestrellas», se salvan.
Y no solamente artistas son perjudicados. Una larga lista de técnicos y profesionales ligados —muchos de ellos, dependientes— a la realización de conciertos ven sus propias economías seriamente afectadas ante la falta de eventos. Nada tienen que ver los grandes productores, nos referimos sino a las manos que hacen posible un concierto. Técnicos de luces, sonidistas, salas de ensayo, guardias de seguridad, fotógrafos, compositores, agentes de todo tipo son solo algunos de los nombres en esta larga lista.
En un mundo sin conciertos, ellos no tienen razón de ser. Son desempleados, sujetos anónimos lanzados a la intemperie. Se las tendrán que arreglar como puedan. Los ahorros —para los que tengan— los mantendrán los primeros meses. Luego, nada.
Una dolorosa pena —y enorme oportunidad— para los fans
Los conciertos no solo son una forma de espectáculo. Representan también un ritual, una costumbre indispensable o una situación única para millones de personas alrededor del mundo. Es la chance del primer beso, el reencuentro de un grupo que no se ve seguido, la escasa oportunidad para gritar a todo pulmón, el recuerdo de un ser amado, un viaje a la juventud y tanto más.
Pero volverán. Y hasta ese momento, tenemos cómo resistir. Hoy, a diferencia de como era hace solo hace 200 años —un diminuto trozo de la historia humana—, tenemos música al alcance de un botón. Están la radio, el Spotify, los emepetrés descargados, los CD’s y los vinilos para consolarnos. Podemos quejarnos, pero debemos entender que nos somos las principales víctimas.
En este instante, en sus casas, personas y familias enteras no dejan de pensar en qué hacer para salvar la situación, pagar las cuentas y conseguir comida. Estas personas, como nunca antes, necesitan apoyo. Las iniciativas pueden ser de cualquiera; el esfuerzo, de todos.
Mientras, algo que podemos hacer sin mover un dedo: tomar conciencia. La industria del espectáculo y el entretenimiento seguirá paralizada mientras los contagios aumenten. Tarea de los fans es hacer que esto pare. Permaneciendo en casa, siguiendo todas las medidas de higiene necesarias, no tomarlo a la ligera.
Una tarea pendiente para los artistas
Luego de que esto acabe, es necesario revisar qué está pasando con la retribución de un creador por su obra. Hoy, los músicos dependen de los conciertos, porque lo que les pagan los servicios de streaming es irrisorio. ¿Y por qué las radios de sus propios países y ciudades no los pasan? En lugar de generar sustento para sus artistas locales, las radios queman canciones de hace décadas y engordecen las billeteras de las vacas sagradas de la industria.
Es momento de hacer algo. La próxima vez que nos quedemos sin conciertos —esperamos sea nunca— algo debemos haber mejorado.