Fue gracias a Brian Epstein que sucedió. En 1962 él los escuchó tocar y los contrató para grabar un sencillo titulado ‘Love Me Do’. Cuando el tema logró ocupar un espacio en las listas de éxitos de Gran Bretaña, se dieron cuenta que era momento de más. The Beatles tenía que surgir ya. Lo confirmaron cuando su segundo sencillo ‘Please Please Me’, lanzado el mismo año, tuvo un saldo igual de favorable.
Entonces se animaron en ir por algo más grande: el álbum. Como ya tenían cuatro temas solo hacía falta unos diez más (lo normal en los álbumes británicos de doce pulgadas en 1963 era tener siete canciones por cada lado del disco). Fueron a los -por aquella época llamados- estudios EMI de Abbey Road y luego de una sesión de grabación maratónica de 585 minutos (nueve horas y 45 minutos) obtuvieron la decena de temas restantes.
Pero, contrario a lo que pueda parecer por lo rápido de la grabación, sí hubieron algunas dificultades en el proceso. Una de ellas fue el resfrío de John Lennon, quien, entre otros temas, debía cantar ‘Twist and Shout’, pero este le exigía mucho a su voz. George Martin, productor musical, decidió que se grabara al último para que el sobreesfuerzo no afecte las demás canciones. «No la grabaremos hasta el final del día», dijo, y así se hizo.
El resto es historia conocida. El álbum despegó en los ránkings de Reino Unido y Estados Unidos. Luego, de forma crónica, el germen de la beatlemanía brotó desde todos los rincones del mundo. Sin embargo, faltaba mucho para la cima. A los cuatro delgados muchachos de Liverpool les quedaba un camino muy largo por recorrer. Ya habían dado un buen primer paso.