En una escena memorable de Los Simpson, el jardinero Willy nombra las rivalidades históricas relacionadas a Escocia: «Ingleses y escoceses; galeses y escoceses; japoneses y escoceses; escoceses y otros escoceses». Entonces se percata de una verdad incómoda: son los propios escoceses los responsables de tantos pleitos. Impactado por este hecho, Willy grita furioso: «¡Malditos escoceses, arruinaron Escocia!».
Cuando vi este capítulo, algo me llamó la atención. Me parecía que dicha situación se asemejaba a una experiencia conocida. La duda convivió conmigo varios días hasta que un día, navegando por las redes sociales, me encontré con un debate sobre la desaparición de la guitarra en la música. Ahhhh, pensé. Un bando que se pelea con todos los otros bandos y que ni siquiera encuentra consenso en su propia comunidad. Lo que pasa con Escocia es lo mismo que con el rock.
Calza en el perfil perfectamente. Desde hace tiempo que el rock está lleno de reglas, discusiones y debates sin sentido que lo hacen pelearse con todos los otros géneros y hasta entre los mismos rockeros.
Las mejores bandas son las de antes. El grunge es puro ruido. El emo rock es para chibolos deprimidos. No vale usar samplers. Que tal y tal banda no son rock porque hacen tal cosa. Cantantes los de antes, porque no había autotune. Escuchar música por streaming es ofensa, la calidad está en el vinilo. Y bla, bla, bla, bla…
En esta vorágine de argumentaciones majaderas los rockeros arruinan el rock. Una y otra vez. Convierten al género de la rebeldía en algo más parecido a la experiencia de escoger ropa con los abuelos. Consiguieron, gran proeza, que su espíritu juvenil se añejara y se tornara en un conservadurismo rancio.
Por supuesto, su objetivo era otro. Pensaban seguramente que con estos debates defendían al rock, lo hacían grande nuevamente, lo colocaban en el pedestal que merecía; pero sabemos que no es así. Solo terminaron haciéndolo insoportable y anticuado. Y ahora ya no importa cuánto griten o cuánto pataleen: las personas prefieren ignorarlos.
Estos rockeros —que en realidad no son todos, son muchos, pero no todos— no entienden que por muy genial que sea, el rock no es el centro del universo. Le tocó durante un largo tiempo ser protagonista, pero ya no es así. Ahora hay otros géneros que hacen lo que él hacía. ¿Lo hacen mejor? No, lo hacen diferente. La sociedad también es otra.
Y no lo conciben. No quieren hacerlo. En cambio, dedican sus esfuerzos en insultas y tratar con desprecio a quienes prefieren los géneros modernos; es decir, a los jóvenes. En vez de tenderles la mano y ofrecerles compartir música, les enrostran que su artista favorito no puede ni compararse con las grandes leyendas. Solo consiguen, claro, alejar a nuevos públicos y, con ellos, a los potenciales nuevos artistas.
Antes de ponerse a proclamar por redes sociales que «el rock es cultura», hay que investigar y descubrir qué es el rock, dónde nació y bajo qué circunstancias. No es justo que se le rebaje a convertirse en el vecino viejo e insoportable de la cuadra. Se merece algo más que eso. Podría ser más bien como aquel personaje adulto que ya alcanzó en la gloria y con su experiencia permite que otros lo hagan.
Para que sea así, debemos librarnos de nuestras inseguridades. El rock tiene su lugar en la historia y eso nadie lo va a cambiar. Las guitarras con distorsión y las baterías estruendosas son sabores que calan en el paladar de las personas. Aunque no lo prueben a diario, cada cierto tiempo se nos vuelve a antojar. No olvidemos que el rock inventó el «hacer el amor».