El pasado lunes 25 de mayo, George Floyd (46), un ciudadano afroamericano de Minneapolis, Minnesota, fue asesinado por un oficial de policía blanco, Derek Chauvin (44). Este acto de brutalidad policíaca y racismo ha desencadenado protestas y revueltas a lo largo de Estados Unidos.
Durante sus ocho últimos minutos, Floyd rogaba por favor que Chauvin levante la rodilla de su cuello, mientras otros tres oficiales de policía observaban, los espectadores sólo pudieron levantar sus teléfonos para filmar la brutalidad, sin poder hacer nada más. «No puedo respirar» serían las últimas palabras que pronunciaría, las mismas últimas palabras que pronunció Eric Garner hace seis años cuando Daniel Pantaleo lo asfixió hasta la muerte. Estos susurros silenciados por la brutalidad policial se convirtieron en un grito de protesta, del 2014 hasta ahora.
La revolución no será televisada, escribió una vez el poeta de blues y jazz americano Gil Scott-Heron en 1970, inspirándose en el popular eslogan entre los movimientos protestantes afroamericanos. Cincuenta años después el racismo y la supremacía blanca siguen vigentes y mientras sigan, la lucha estará en las calles, en Minneapolis, frente a la Casa “Blanca”, en California y en 23 otras ciudades de Estados Unidos.
La revolución no será televisada porque está tocando tu puerta. La revolución no será televisada, porque está en cada persona levantando un cartel con “black lives matter” escrito en él. La revolución no se localiza en Estados Unidos, la revolución está en las calles de todas las ciudades del mundo.
La revolución no comenzó con la muerte de George Floyd, tampoco con la de Eric Garner y está lejos de acabarse.