El 2016 ha sido particularmente trágico para la música. Figuras tan icónicas como David Bowie y Prince se fueron de este mundo dejando tras ellos un gran legado que inclusive va más allá de lo puramente musical. No han sido los únicos y lamentablemente no serán los últimos, con el tiempo, los seguirán una lista interminable de músicos y artistas. Es el ciclo de la vida y el rock.
Hagamos un pequeño recuento de las estrellas que nos dejaron este último tiempo: Lemmy Kilmister, Scott Weiland, Lou Reed, Jeff Hanneman, Spinetta y Cerati son solo algunos. Grandes influyentes -cada uno a su manera- de la cultura popular y de la vida de multitudes. Ellos y muchos más, que los precedieron, son ahora eternos representantes de las mejores épocas del rock.
«Hay gente que no sabe lo que es amar tanto a una banda, o a una pequeña y tonta canción, tanto, que hasta te duele» – Almost Famous.
Recordarlos a través de música nos confiere un especial sentido de ver el mundo a través de sus ojos, de sus vicios y virtudes. Más de cincuenta años de historia y pasión se reducen a un conjunto de melodías en un bucle interminable ¿Qué hace tan nostálgica su partida? Es más, ¿Qué hace tan importante su partida?
El Rock se ha construido a base de mitos y leyendas. De honor, gloria y desaires. Bajo la premisa de creer -y querer- ser cultura. En un paradigma así, el fallecimiento de un músico puede significar un golpe muy fuerte. De esos que uno siente como si fuera el de algún familiar cercano. Sobretodo, si su importancia lo acerca a ser considerado por los mortales como un artífice de la esencia misma del Rock y sus infinitos subgéneros.
Somos la generación que verá morir al Rock Clásico. Dentro de 20 años no habrán McCartneys, ni Bowies, ni nada.
Nadie quiere imaginar el día que amanezca con un titular como este en las noticias: «Murió Robert Plant», o «Murió Charly García», entre otros tantos ejemplos. Sería realmente desalentador. Sin embargo, estamos obligados a ser testigos silenciosos de la caída de las Leyendas del Rock, aquellos que a base de melodías nos cambiaron y alegraron la vida.
Presenciamos el ocaso de lo que muchos consideran los «últimos exponentes de la mejor época del rock». Y aunque es cierto que a varios de ellos les quedan aún muchos años por delante, también lo es que sus carreras musicales se acercan inevitablemente -por uno u otro motivo- al final. Es el ciclo natural de la vida pero no podemos negar la nostalgia que ello nos ocasiona.
Tan solo en los últimos meses hemos podido ver acercarse el punto de quiebre de la situación de célebres leyendas, por ejemplo, la -bien que mal- imposible reunión de Pink Floyd, la gira de despedida de Black Sabbath, la de Aerosmith, el desmembramiento de AC/DC. El no tan lejano final de los aparentemente inmortales Rolling Stones y una larga lista más.
El Rock no está muriendo. Está más vivo que nunca
Aunque es nostálgico no todo el panorama es desalentador, ni tendría por qué serlo. Ayer fue Bowie y McCartney. Hoy, Linkin Park, Muse, Fall Out Boy, Bring Me the Horizon y mañana podrán ser We are Harlot, Royal Blood y muchos más. El Rock no está muriendo, no se detuvo jamás. Lo que está dejando atrás es solo una etapa. ¿La mejor? Es discutible, lo importante es que evoluciona, crece y se transforma a diario.
La era del rock clásico está llegando a su fin. A cada instante, nuevos sonidos, vertientes, ritmos y artistas salen de las sombras dispuestos a transformar y conquistar los oídos de millones de personas. A transgredir la nostalgia musical para instaurar un nueva estructura. Ya no es más, aquel tiempo donde dominaba la radio, las listas y la industria discográfica. Hoy reina el streaming y otras formas de marketing. Y eso no está mal, todo lo contrario, una nueva era inicia, la real y poderosa liberación de la música.
Finalmente, muchos músicos dejan grandes huellas en su paso por la tierra. Huellas tan grandes como lo estadios que llenaron. Pero también dejaron y dejarán el camino marcado para las nueva generación. Es momento de dejarlos ir y abrir los sentido al actual abanico de propuestas infinitas. Ya no hay límites. Miles de artista para todos los gustos recomendados a diario a través de Spotify, de medios especializados, etc; listos para ser descubiertos. El que no oye más allá, es porque no quiere. Música buena y nueva, hay de sobra.