Fue recién en 2016 que entendí lo que significaba un festival musical. Hasta ese entonces creía que cualquier espacio delimitado provisto de comestibles y bebidas y musicalizado por artistas en vivo era un festival. Estaba convencido que un escenario amplio, unos parlantes gigantes y una multitud de gente a los pies de los músicos eran símbolos inequívocos de que, en efecto, estaba en un festival.
Y, la verdad, lo disfrutaba. Pero es que no conocía nada más que eso. Mis expectativas estaban limitadas a las experiencias que había vivido.
Hasta que un día, por cuestión del azar, vi un anuncio de que el Cuarteto de Nos, banda uruguaya de gran trayectoria y de la que me considero fanático, iba a llegar al Perú para dos fechas. Una de ellas -obviamente- en Lima y la otra en Oxapampa, para un evento llamado Festival Selvámonos. Al cabo de unos cuantos tecleos y clicks llegué a él, un video que me quitó la venda y, más que eso, me sacó de aquella cueva de oscurantismo y develó nuevas posibilidades.
Atravesaban la pantalla imágenes increíbles y emocionantes. Se presentó ante mí un amplio terreno verde acondicionado para recibir a miles de aficionados al arte y la música. Se mostraba imponente y dejaba mal al típico suelo de concreto al que estaba acostumbrado. Observé a muchas personas disfrutando de diversos estilos culinarios y un grupo aun más numeroso frente a un escenario y que, a pesar de la gran concurrencia, tenían el espacio suficiente para bailar, para moverse de un lado a otro.
Entonces todo tuvo más sentido para mí. Cuando alguna vez había escuchado de los festivales más grandes de la historia de la música, me habían dicho que no solo eran eventos de espectáculo musical, sino que había todo un concepto más amplio, una espíritu que gobernaba todo su extensión de espacio y tiempo, una identidad que lo distinguía de todos los demás que coexistían en la misma época. Glastonbury, Woodstock, Lollapalooza, Coachella eran ejemplares de la revelación que tuve en aquel momento.
Luego de varias semanas, me embarqué rumbo para allá, hacia el lugar que prometía entregarme aquella experiencia que en la ciudad se me había negado. Cada kilómetro más hacia Oxapampa era un paso más afuera de la cueva, y aún no tenía ni idea de lo que me esperaba.