Quisiéramos hacer una advertencia de antemano, porque aquellos que han estado en el festival pueden pensar que se ignoran detalles. Esta edición de Selvámonos ha tenido puntos muy rescatables, fundamentales al momento de hablar de un festival musical. Pero más que ello, este texto es un conjunto de apuntes, de conclusiones sobre un encuentro peculiar de la música.
Música, Fútbol, Naturaleza y Lluvia son los elementos más resaltantes de la décimo primera edición del Festival Selvámonos. Todos deben quedar como recuerdos imborrables para los asistentes. Para quienes no fueron a continuación les explicamos de qué hablamos. Otra aclaración: Lluvia no es parte de Naturaleza porque ella misma así lo quiso. Decidió en los tres días que duró el festival distinguirse y nosotros solo hacemos cuenta de ello.
Música
Se dice que la mayor fortaleza de nuestro país es la diversidad, que todas las personas que componen este país tan extraño, tan contradictorio y sus características tan particulares son las que generan el valor fundamental de nuestra identidad. En Selvámonos debe ser uno de los festivales musicales que mejor se aprecia dicha situación, sino acaso el único donde se logra apreciar.
Las luces de los escenarios recorrían por el público y revelaban miles de rostros, todos distintos: labios de todo volumen -desde los más carnosos a los más sutiles-, ojos de cualquier tonalidad -cafés, color botella, color cielo y los oscuros como la densa penumbra-, dentaduras completas y vencidas, pieles lisas, abruptas y rugosas. Desde una distancia adecuada -desde el estrado por ejemplo- todos se veían muy similares y hasta parecía que se movían bajo un mismo impulso, sin embargo ocultaban cada uno historias impensadas.
Sobre los escenarios se turnaban una sucesión de bandas y artistas de muchos estilos. Desde el primer día desfilaron sobre la estructura de Yanachaga y Chemillen artistas como Naïa Valdez, Felyno, Lorena Blume, Temple Sour, Super Simio, La Patronal, Natalia Norte, La vida Boheme, Olaya Sound System, Los Amigos Invisibles, Qoqeda. Entre artistas locales e invitados extranjeros se consiguió cumplir el saldo necesario del primer día: música para conectarse con la naturaleza, para bailar hasta quedarse saciado y olvidar los estragos de la lluvia y el licor.
Al día siguiente luego de una mañana muy movida (había sido el partido entre Perú y Uruguay que resultó en victoria para los nuestros), la fracción restante de bandas se sirvieron del buen humor de los presentes para terminar con la faena, hacer de la décimo primera edición de Selvámonos la más memorable hasta la fecha.
Es necesario decir que no fue así. Se han visto versiones más espectaculares de este festival, con más glamour, más brillo y hasta más gente. Aún así, el sábado fue una fiesta inolvidable para muchos, con los ingredientes necesarios para convertirse en un plato que uno desea volver a comer, a pesar de que no haya sido el mejor que se haya probado.
«En la variedad está el gusto» recita un viejo dicho popular, y es verdad. Las tonadas, los colores, las vestimentas hacían de Selvámonos un espacio donde no había posibilidad de aburrirse. El sábado, inmediatamente después del partido de Perú, una batalla de freestyle adornó la tarde en el fundo Cemayu. También, el domo de música electrónica estaba disponible para quien quisiera perderse un rato -o toda la noche- en los bits psicodélicos del DJ de turno.
Santa Madero, Niña Bosa, Laguna Pai, Gonzalo Genek, Alejandro y María Laura, Random Recipe, Rubio, Insultanes, Swing Original Monks, Los Mirlos y Tolinchilove argumentaron con pocas palabras y mucha música el poder de la interculturalidad, de rescatar lo mejor de nuestros elementos para forjar una versión más contundente y apetecible que la simple suma de las partes.
Y es que así es la música: una guitarra emite el mismo sonido de cualquiera sean las manos que la operen y una flauta emite el sonido no importa cómo sea quien lo sople. Al final, lo que más importa es el producto obtenido, la melodía, el ritmo, el placer ocasionado por el sonido.
Fútbol
Es cómodo decir que Selvámonos es un oasis de la música, y hasta cierto punto es cierto, pero tampoco se estaba tan separado del mundo exterior. Había alguien que se negaba a ellos, su ego no se lo permitía. El fútbol se sublevaba a ser expulsado de nuestras costumbres del día a día. Conscientes de ello los organizadores colocaron en la zona de camping una pantalla de televisión para seguir al minuto las novedades del deporte rey -título que a estas alturas le queda muy chico- y ver en vivo los partidos de la Copa América.
Perú, a pesar de no poseer una amplio medallero o o una atiborrada vitrina de trofeos, es un país futbolero. Nos encantan ver a nuestra selección jugar, a pesar de que vengamos de una terrible goleada o de un escándalo extradeportivo que involucre a nuestros jugadores: amamos el fútbol, los goles, la buenas jugadas. Por eso el día del partido de cuartos de final frente a Uruguay el escenario se vio rodeado como si custodiara el más preciado de los tesoros.
El fútbol tuvo en Selvámonos un importante papel y no solamente por los peruanos. Personas de distintas nacionalidades se aglomeraban alrededor de una pantalla en la zona de camping para ver la suerte de sus escuadras nacionales en el torneo más importante de nuestro continente. El rumor del gol se impuso en cada momento a las adversidades de la naturaleza. En plena lluvia, las personas permanecían expectantes a llegada del grito sagrado.
Naturaleza
Algunos llegaron un día antes, el jueves, para hacer reconocimiento. Y al bajar del bus ubicaron los puntos claves donde uno podía abastecerse de todo lo necesario: comestibles, bebestibles y toda clase de consumibles. Desde la última visita a Oxapampa poco parecía haber cambiado, el pueblo conservaba su gracia y encanto característico y los caseros aún mantenían sus puestos. Todo estaba ordenadito, perfectamente acomodado y en su lugar.
Las montañas seguían verdes e imponentes, enmarcadas por el intenso cielo del interior de este país. Las oportunidades en esas circunstancias eran infinitas. Podía uno irse a cualquier parte solo con el servicio de una moto o una bicicleta. La comida era tan propia de Oxapampa como ajena: se ofrecía desde temprano platillos típicos del lugar y para aquellos con un paladar intolerante también estaban los alimentos comunes (hamburguesas, pizzas, pollos a la brasa, etc.).
Todo se hizo más difícil cuando empezó la lluvia.
Lluvia
Justo la noche del jueves antes de ir a descansar para lo que sería el festival al día siguiente, las personas acondicionaban los lugares donde reposarían sus cuerpos hasta la mañana del día siguiente. La zona era mucho más que agradable: habían duchas, baños eco amigables, cargadores de celular, pantalla de televisión, cafetería y hasta juegos de club recreacional como mesas de futbolito o el juego del sapo (el de lanzar discos para tratar encajarlos en la boca de un anfibio).
Parecía que no habría ni un solo inconveniente. Todo estaba cuidado al detalle. Todo excepto una cosa: el clima. Los campistas estaban condenados a la aventura. Desde esa noche antes del festival, una lluvia inclemente les sorprendió e inundó la zona para camping del festival. Una espesa capa de humedad cubría las carpas y lo que sea que se hubiera quedado fuera durante la noche. Lo que pudo ser un día plácido de viernes se convirtió entonces en una misión de supervivencia: debían imponerse a los caprichos de la naturaleza y rescatar el equipaje del empapamiento.
Así se fue el primer día de festival. Los más precavidos veían a los otros, los improvisados, estresados hasta los cabellos, comprando un montón de cosas, probando infinidad de métodos para defenderse de la lluvia, de las gotas que caían del cielo. Entonces se volvió emocionante, casi como una ruleta rusa. Salir y pensar que a lo mejor ya no llovía, que la luz solar al fin tendría el protagonismo. La lluvia se hizo enemiga y partícipe del festival. Uno de los recuerdos imborrables de esta edición.
El sábado ya no fue un problema. El tiempo atmosférico se reguló y despidió a todos los Selvalocos con luz radiante. Así, el mediodía del domingo casi en caravana, se iban todos los que habían gozado con la música, el fútbol, la naturaleza y la lluvia. Una mirada se echaba atrás para ver a Oxapampa hacerse chica a la distancia. A la par, los recuerdos de un festival musical especial se estampaban en la mente. Más de uno habrá pensado: «Ojalá el próximo año no llueva tanto».