De todos los conciertos que han habido en Lima este año, este sin duda se lleva el premio al más increíble. Por favor, no se lo tomen a mal. Arctic Monkeys, Interpol, Slash, Courtney Barnett, The 1975, Lenny Kravitz y demás obviamente hicieron grandes y magníficos espectáculos. Es solo que no fue algo «increíble». Todo estaba dentro del saldo esperado. En cambio, el concierto de The Neighbourhood sorprendió.
El de ayer también se llevó el premio al público más salvaje que se ha visto jamás en esta ciudad. Desde antes que salieran los músicos al frente, el público -conformado en su gran mayoría por chicas jóvenes y adolescentes- ya hacía desorden y escándalo. Los hombres de seguridad iban y venían de un lado a otro con cara de preocupación: si así era en ese momento con el escenario vacío, ¿qué iba a pasar una vez el show empiece?
Unas horas después el terrible presagio se hizo verdad. Cuando el concierto acabó, más de una decena de chicas habían sido evacuadas de sus lugares dentro de la masa, múltiples obsequios habían sido lanzados a Jesse -carteles, flores y hasta ropa íntima- y muchos alaridos desesperados habían sido despedidos de las bocas de las fans.
Ellas -las féminas- los quieren, los adoran con locura. Quizás los hombres también, pero ellos no lo mostraron tanto. Quizás la diferencia es que ellas no tienen reparos en mostrarse tal cual se sienten. Gracias a ese desinterés por la opinión ajena ellas hicieron lo que se le vino en gana, lo disfrutaron plenamente. Lo sufrieron los encargados de la seguridad.
La presentación de la banda californiana fue lo que siempre soñaron las miles de personas. Cada miembro parecía comprometido con su papel. En especial, Jesse Rutherford, quien ya debe estar acostumbrado a ser el centro de atención cada vez que The Neigbourhood se muestra ante el público. El cantante fue un explosión de energía. Bailaba, se contorsionaba, se columpiaba de una cadena sujetada a una de las vigas del escenario.
En medio de la multitud de personas, apretado hasta el punto tal en el que era imposible siquiera caerse, mientras sonaba «Wiped Out!», el concierto se volvió una contienda. Había antes que nada que sobrevivir, resistir a la fuerza de la pasión de tanta gente presionando desde todas partes. Luego había que hacerse notar, atraer la atención de Jesse de la manera que fuera posible. Por último, había que tomarse un momento para capturar las fotos.
Como una extensión de sus cuerpos, los celulares jamás se despegaron de las manos de los asistentes. Lo que buscaban era tener registro de ese personaje a quien tanto habían escuchado, tanto habían deseado. Él, correspondiendo a tanto amor humano, se desabrochaba los botones de la camisa. Invitaba a ir por un poco más. Aún quedaba mucha noche por delante.
Pero no era cierto. Se fueron volando él, el tiempo y las canciones. «Stuck With Me» sonó imponente para todos y se celebró como un gol de Perú en el Mundial. Los desconocidos se abrazaban, algunas personas lloraban, los que no eran fans parecían aliviados. Al final de una velada tan accidentada, todos terminaron contentos, incluso los esforzados hombres de seguridad. Es que había sido increíble.